martes, 22 de diciembre de 2009

LIBRE DE POLVO Y PAJA

Paisaje nevado en Biar (Alicante). FOTO: Leoncio Gazulla

Sin lugar a dudas la nieve posee en sí misma un gran atractivo y los paisajes nevados una enorme belleza. De no ser así, sería difícil explicar la intensa actividad turística que fomentan.

Este atractivo es aún mayor, si cabe, en la baja y media montaña mediterránea, donde la nieve constituye un fenómeno meteorológico poco habitual, cuando no excepcional.

Temida y deseada a parte iguales y por los mismos motivos (las dificultades de circulación que genera) por los responsables políticos y por los escolares, el anuncio de un temporal de nieve despierta grandes expectativas en estos últimos y no menores quebraderos de cabeza en los primeros.

Sin embargo, a tenor de la gran cantidad de neveros que se encuentran en las montañas medias españolas, este fenómeno atmosférico debió ser en el pasado mucho más habitual, y las precipitaciones en forma de nieve significativamente más abundantes, ya que constituían el fundamento de un intenso aprovechamiento económico: el comercio de la nieve y del hielo.

Los neveros, pozos de la nieve o cavas, eran las infraestructuras destinadas a la recepción, almacenamiento y compactación de la nieve para su conversión en hielo, para lo cual se disponía en capas de un grosor uniforme separadas por paja, lo que facilitaba su posterior extracción, corte en barras y comercialización según las necesidades del mercado.

Estas construcciones, que consistían en pozos de mayor o menor tamaño, excavados en el suelo y generalmente techados, están presentes en todas las montañas peninsulares próximas a grandes núcleos urbanos y son especialmente importantes en la montaña alicantina, desde la que se suministraba el hielo necesario para la industria del helado y se abastecía la demanda ejercida por parte de las clases económicamente más poderosas y que incluía la exportación, desde el puerto de Alicante a Ibiza y el Norte de África, de un verdadero artículo de lujo.













Cala arquejada o Cava Gran en Agres (Alicante) en la que destaca la impresionante estructura (nervadura) de arcos ojivales que sostenía la cúpula que lo cubría.
FOTO:
Linkalicante



El hielo, cortado en barras en los neveros, se transportaba hasta su destino de noche para evitar pérdidas por evaporación (que aún así debían ser importantes), envuelto en paja o tamo (polvo procedente de la trilla), que servían de aislante.

El comercio del hielo era una actividad muy reglamentada por la Corona, a la que iba destinada una buena parte de la producción, y que, entre otros muchos aspectos, establecía la obligación de que el hielo llegase a su destino libre de polvo y paja.







Famorca (Alicante) a los pies de la Serrella fue famosa hasta principios del siglo XX por ser el origen de grandes caravanas muleras que transportaban el hielo desde los neveros de la Serrella hasta Alicante. FOTO: Leoncio Gazulla

Nevero de Fageca (Alicante) en la Serrella. FOTO: Fidel León Darder

La fabricación industrial del hielo en las primeras décadas del siglo XX con la generalización del frigorífico, en un principio refrigerado con barras de hielo procedentes de los neveros, determinó el fin de la actividad, al dejar obsoletos tanto los pozos de la nieve como los sistemas de recolección, almacenamiento, extracción y transporte de la misma.

La refrigeración industrial y doméstica, sin la cual la vida parece impensable hoy en día, dejaba de depender así de la meteorología y de la "cosecha" anual de nieve, que actualmente, si tenemos en cuenta las cantidades caídas en las últimas décadas, parece muy escasa, hasta el punto de que la mayor parte de los neveros situados entre los 600 y 1000 metros de altitud no resultarían rentables.